El Zen destructivo.
Hay personas que alcanzan una comprensión parcial pero luego se aferran a ella. Sin embargo, de ese modo es imposible liberar la percepción. Creyendo ayudar a los demás hablan de secretos y de milagros y pregonan a voz en grito la existencia de atajos. De ese modo, no obstante, lo único que hacen es destruir el Zen.
Hay otros que cultivan deliberadamente la inmovilidad hasta que su cuerpo y su mente alcanzan cierta tranquilidad. Luego, se aferran fanáticamente a ese estado de aislamiento y, cuando oyen hablar sobre cosas provechosas, se irritan y afirman que en el Zen no hay nada que explicar.
Según un antiguo maestro Zen ésta es la más miserable de todas las enfermedades, una enfermedad en la que parece alcanzarse algo pero en la que, en realidad, se carece de toda lucidez.
También hay otros que se obsesionan con la vacuidad y niegan la existencia de los budas, los maestros y los sabios. Lo rechazan absolutamente todo y hacen lo primero que se les ocurre con el pretexto de que practican “el Zen sin obstáculos”.
A este respecto decía un antiguo maestro: “Tener una percepción profunda de la vacuidad y negar, al mismo tiempo, la relación existente entre causa y efecto, nos hace tan huraños e insociables que inexorablemente terminamos abocados al desastre”.
Hay quienes se niegan a escuchar a los demás y se mantienen en un estado de abstraído silencio. Devoran la comida de la comunidad y luego se sientan como cadáveres a esperar la iluminación. Esa clase de personas se apiñan en las montañas y los valles lejanos como las pellas de barro de una choza destartalada y, aunque se consideren grandes sabios, no son más que ladrones de las ofrendas de los devotos.
Los verdaderos adeptos no utilizan estos procedimientos y su discernimiento independiente transciende todo “Zen” religioso o sectario.
Maestro Ying-an