MAESTRA SHUNDO AOYAMA - Semillas del Zen - Budismo zen Alicante.

Sirviendo a los demás como puente.

Un día, mientras leía detenidamente las analectas de los monjes Zen de la dinastía T’ang, me quedé estupefacta por estas líneas: 

“Ayuda a cruzar a los burros, ayuda a cruzar a los caballos.”

Algunas veces, incluso las monjas en formación pierden de vista el sendero recto. Hay muchas clases de personas que son monjas. Ser un puente por el que todas ellas pasen de algún modo a la Otra Orilla de la iluminación es mi tarea. Aquellas frases me enseñaron mi vocación, y desde entonces las he guardado en mi corazón. Después, cuando me enteré de que el emperador Showa asignó la palabra “puente” como tema para el certamen poético del Año Nuevo en el palacio imperial, volví a recordar aquellas líneas. No fui invitada al certamen, pero escribí un poema sobre el tema, incorporando dichas frases: 

"Ayuda a cruzar a los burros, ayuda a cruzar a los caballos: 
deseo ser un puente así, con todo, sólo ayudo a cruzar". 

En China, durante la dinastía T’ang, había un gran maestro Zen llamado Chao-chou. Para llegar a su templo, era necesario cruzar el que después se conocería como "Puente de Chao-chou". En cierta ocasión, un monje le preguntó: “¿Cuál es tu puente?” Desde luego, no se refería al puente que conducía al templo, sino a la práctica del Dharma de Chao-chou. Éste contestó: “Ayudar a cruzar tanto a los burros como a los caballos”.

Un puente no sólo permite que lo crucen los burros, sino también animales más valiosos como los caballos. Un puente no distingue entre amigos y enemigos, o entre sabios y seres ordinarios. Ayuda a pasar a todos incondicionalmente. Les permite pasar sin tener en cuenta la actitud que tengan hacia él, aunque le den coces o se orinen encima. Muy poca gente lo cruza con gratitud. Chao-chou deseaba de una manera desinteresada que todos los seres cruzasen de Esta Orilla de la ilusión a la Otra Orilla de la iluminación. Su práctica, idéntica a la de un gran Bodhisattva, estaba espléndidamente simbolizada por un puente. ¿Y en cuanto a mí? ¿Qué pasa con mi yo insignificante que selecciona y escoge según sus propias conveniencias? ¿Pienso que está bien que cruce el caballo pero no el burro? ¿Creo que está bien para mis amigos pero no para mis enemigos? Es mi ego el que desea alabanzas y hace que quiera ser apreciada como un puente y sentirse agradecida por haber ayudado a alguien a cruzarlo, sin poder resistir el imponer condiciones a todos aquellos que lo cruzan.

También es mi ego el que se enfada, refunfuñando porque no se debería ayudar a la persona que ha orinado sobre el puente. Al estar siempre enfocada sobre las frases: “Ayuda a cruzar a los burros, ayuda a cruzar a los caballos”, como si fuese la continua invocación del Buda Amida, dejé transcurrir mi tiempo encontrándome con muchos practicantes y devotos. Pero un día, súbitamente, se me ocurrió que ser simplemente un puente no bastaba; tenía que convertirme en una barquera.

La gente que estaba por cruzar el puente llamado Budismo sabía que la Otra Orilla era un mundo más espléndido que este mundo ilusorio y ordinario. También sabían que la manera de llegar a ella consistía en cruzar dicho puente. Algunas personas que viven en la miseria de Esta Orilla ni siquiera conocen la existencia de la Otra Orilla. Hay muchas personas así. También hay muchas otras que saben de la Otra Orilla, pero no quieren llegar hasta ella, pues dicen que Esta orilla es mejor.

Para darles a conocer la Otra Orilla, hacerles ver su esplendor y despertar en ellos el deseo de alcanzarla, no era suficiente con ser un puente. Debía acercarlos a ella. Esta es la función del barquero. En otras palabras, se debe ser lo suficientemente compasivo como para quedarse durante un tiempo en Esta Orilla con el deseo de guiar a otros hacia la liberación, ayudándolos a satisfacer sus necesidades y deseos actuales, tales como comida, riqueza, fama y amor, y al mismo tiempo, tratar de a traerles hacia el mundo del más allá, el mundo de las cosas elevadas. Si se es monje budista o sacerdote, se deben dejar de lado los hábitos e involucrarse en el mundo para llorar, sufrir y reír con los demás seres. De modo gradual, la gente se irá haciendo cada vez más consciente de la verdadera Vía y se verán atraídos hacia ella. Comprometerse con el voto y la disciplina de ayudar a los seres de este modo, está simbolizado por las treinta y tres formas de Kannon. 

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Semillas Zen
Reflexiones de una monja Zen
Shundo Aoyama